sábado, 28 de febrero de 2009

Una colaboración de mi amiga Verónica


TEJEDORAS


“Como un tejedor enrollé mi vida, y él me la arrancó del telar.¡De la noche a la mañana acabó conmigo!”.
Estas palabras de Isaías vienen a mi mente cuando veo a las tejedoras enrollando sus alfombras a medida que el trabajo avanza, nudo a nudo. Son mujeres mayores, algunas llevan más de dos décadas moviendo con destreza sus dedos entre urdimbre y trama.Para los saharauis la alfombra es casi el único mobiliario. Constituye el sitio para sentarse y preparar el té, para acomodarse a ver televisión, para dormir… y aun para parir. Pesadas, hechas de pura lana, las alfombras cubren los salones de la vivienda de lado a lado. En el perímetro se las coloca dobladas, con el pelo hacia adentro. Sobre ellas van los cojines, apoyados contra la pared. No se necesita nada más.Una tarde, intentaba ponerme de acuerdos con algunas mujeres de la cooperativa de alfombras de Laayoune para comenzar un nuevo curso de tapices. La amiga que iba a traducir tardaba y alguien tuvo la idea de llamar a Brahim, un niño de tez muy blanca y mejillas ruborosas ¡único varón en un salón con ocho mujeres! Comenzó a traducir escondiendo el rostro, mirando al piso. Lo hizo con buena dicción, en perfecto español con leve acento andaluz. La mitad de sus doce años de vida transcurrieron en Marbella y llevaba poco tiempo de regreso en el Sahara. Su padre quedó en la Península.Conversé con él sin mirarlo directamente, para no incrementar su timidez; le hice saber que viví en la Costa del Sol casi en la misma época. Poco a poco logró levantar la vista y cuando sonrió con mirada triste me dieron ganas de abrazarlo.Brahim se concentró en la conversación. Fue cobrando confianza y llegó a parecerme que comprendía el sentido cabal de las palabras referidas a un tema que le era ajeno. Demostró tener un vocabulario rico y gran sentido común.Cooperó dócilmente, pero al cabo de un rato nos pareció que ya era demasiado esfuerzo para un niño y lo liberamos, con la esperanza de que Soukeina llegara pronto. Él respiró aliviado. “Muchas gracias Brahim. Dentro de unos años podrías trabajar como traductor; lo haces muy bien”. Sonrió al escuchar estas palabras y vi un brillo de alegría en su mirada.Bendecir a un niño reconociendo sus dones, dándole una palabra de ánimo, infundiéndole esperanza, es como aportar un hilo colorido a su tapiz recién comenzado.

Verónica Rossato

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