sábado, 18 de diciembre de 2010

NO HAY NAVIDAD SIN JESÚS


"El pueblo que andaba en tinieblas ha visto gran luz; a los que habitaban en tierra de sombra de muerte, la luz ha resplandecido sobre ellos.
Un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado, y la soberanía reposará sobre sus hombros; y se llamará su nombre Admirable Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz."
Isaías 9:2 y 6

MUCHA PAZ PARA EL 2011

"Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna."

"Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él."

miércoles, 1 de diciembre de 2010

LOS AROMAS INVADEN SUS ALMAS


Las jóvenes isleñas

recogen lilas y violetas

al atardecer.

Cantan,

el ritmo caribeño

de sus canciones

acompañando

a la tibia brisa

que trae el mar lejano.

A lo lejos,

las ondulaciones del terreno

muestran el dorado

fulgor del sol

que se va apagando lentamente.

Los amplios sombreros

cubren

sus bellos rostros morenos.

Cantan

cantan un son

que se apodera del lugar.

Ahora son felices

entre las perfumadas flores.

Ahora son felices

porque son libres.

Ya no tienen un amo,

la esclavitud que sufrieron

es como un sueño remoto y doloroso.

La vida se va tornando

dulce y festiva.

Los aromas

invaden sus almas

y permiten la ilusión

de un futuro perfecto.

Ana Rey

LA ESCUCHA ACTIVA


“Cuando te pido que me escuches y tú empiezas a darme consejos, no me has hecho lo que te he pedido. Cuando te pido que me escuches y tú empiezas a decirme por qué no tendría que sentirme así, no respetas mis sentimientos. Cuando te pido que me escuches y tú sientes el deber de hacer algo para resolver mi problema, no respondes a mis necesidades. ¡Escúchame! Todo lo que te pido es que me escuches, no que hables, o que hagas. Sólo que me escuches.

Aconsejar es fácil. Pero yo no soy un incapaz. Quizás esté desanimado o en dificultad, pero no soy un inútil. Cuando tú haces por mí lo que yo mismo podría hacer, no haces más que contribuir a mi inseguridad. Pero cuando aceptas, simplemente, que lo que siento me pertenece, aunque sea irracional, entonces no tengo que intentar hacértelo entender, sino empezar a descubrir lo que hay dentro de mí”

("La Escucha" O`Donell)

lunes, 18 de octubre de 2010

Y DIOS HIZO A NUESTROS HIJOS


Y Dios hizo a nuestros hijos,
los colocó en un capullo
dulce y tibio,
Los protegió
de las inclemencias,
de las agresiones,
de los males del mundo.
Nos cedió su vida,
sólo por unos instantes.
Para cuidarla y protegerla,
para enseñarles a volar.
A veces…tantas veces,
su vuelo es alto y lejano,
y quisiéramos volverlos
a su capullo,
pero es imposible.
Y nos quedamos mirando
el firmamento, absortos,
embelezados,
o taciturnos y extrañados
por lo que logramos
o no hicimos
en nuestra enorme ignorancia.
Sus alas
son grandes y fuertes,
parece que abarcaran todo.
Los amamos tanto…
vaya si los amamos,
sus vuelos se hacen inalcanzables.
Sólo debemos esperar,
que sus alas emprendan
el regreso.
Y nosotros aquí,
en la simpleza de la tierra


Ana Rey

domingo, 19 de septiembre de 2010

sábado, 5 de junio de 2010

GLORIA FUERTE

Escribir sobre la vida de una mujer que haya destacado por alguna razón no es difícil, ya que a través de los tiempos son muchas sobre las que podríamos hacerlo.

Rompo una lanza a favor de aquellas que no conocemos y que posiblemente lucharon y sufrieron por los demás, seguro que serían dignas de estar presentes en este Día de la Mujer.

Hoy mi protagonista es: Gloria Fuerte.

Nació en Madrid el 28 de julio de 1917 en el barrio de Lavapiés y en el seno de una familia humilde; su madre era costurera y su padre portero de finca.

A los cinco años escribía y dibujaba sus propios cuentos.

De pequeña la llevaron a un colegio de monjas, según ella muy triste, recordaba cómo le pellizcaban, porque en la letanía del rezo del rosario, se quedaba dormida.

Su madre murió siendo ella muy joven y pronto se puso a trabajar, empezó como secretaria, más tarde entra como redactora en una revista infantil, donde empieza a publicar semanalmente historietas y poesías para niños.

En 1951 creó el grupo femenino “Versos con Faldas” y durante unos años ofrece recitales y lecturas por café y bares de Madrid.

Organiza la primera biblioteca infantil ambulante para pequeños pueblos.

En 1961 se va a Estados Unidos, tras obtener una beca por su trabajo en literatura (y como ella comentaba) era la primera vez que entraba en una universidad, y lo hace para impartir clases.

Hay pocas mujeres poetas que gustara tanto a los niños y mayores, con su voz ronca, la escritura tan sencilla y sobre todo con su gran sentido del humor que le caracterizaba a la hora de escribir, basta con ver los títulos de algunos de sus relatos: “Ni tiro, ni veneno, ni navaja”, “Todo asusta”, “Canguro para todo” y “Poeta de guardería”, entre otras…

A lo largo de su vida le concedieron numerosos premios, también existe una fundación que lleva su nombre.

A mediado de los 70 colabora activamente en televisión en programas infantiles, donde ya se convierte en la poeta de los niños. Todos recordamos “Un globo, dos globos tres globos…” recibiendo en cinco ocasiones el premio Aro de Plata por su trabajo.

Ha escrito infinidad de libros, siempre dedicado a los niños, pero que como digo anteriormente agradando también a los padres…

Como muestra, escojo una parte de la poesía “El dentista en la selva”:

Y dijo el doctor dentista,

A su enfermera reciente:

Pon el cartel en la choza,

No recibo más pacientes,

Ha venido un cocodrilo

Que tiene más de cien dientes


Murió en Madrid el 27 de noviembre de 1998.

Aunque ya no está con nosotros, no la olvidamos fácilmente, como ejemplo valga este pequeño homenaje.

Isabel Arrieta.

martes, 1 de junio de 2010

CONVIVIENDO CON EL MAL DE ALZHEIMER


La sola mención de la palabra Alzheimer produce, en algunas personas, un tremendo escalofrío. Es durísima la experiencia de ver a un ser al que amas profundamente, que ha sido un ejemplo para ti, pero que ahora se va convirtiendo en “algo” prácticamente inanimado, que se va alejando de ti, deteriorándose mentalmente de una manera inexorable. Entonces te ves obligado ineludiblemente a echar mano de tus propios recuerdos que, aunque duelen al traerlos a la memoria, son los que te ayudan a conservar los lazos de amor y respeto que pugnan por desaparecer a causa de la enfermedad.

Es cierto que hoy en día existen un número creciente de instituciones y centros en los que se atiende, o se procura atender, tanto a pacientes como a sus familiares a fin de ayudarles a sobrellevar este terrible mal. Pero en la época en que yo tuve que enfrentarme a él, no había prácticamente nada.

Mi madre era una mujer físicamente fuerte y sana. Fui testigo directo de cómo se enfrentaba al abuso y el abandono por parte de mi padre y cómo, en plena posguerra, nos sacó adelante a mi hermano y a mí. Decía que era Dios quien le daba las fuerzas para seguir adelante. Siempre consideré a mi madre una persona muy especial. No tenía estudios, pero sí poseía una notable inteligencia natural y una mente inquieta que se nutría mediante la lectura. Procuró transmitirnos una conducta de vida de acuerdo con las enseñanzas de la Biblia. Por todo lo mencionado, y por muchas cosas más, es por lo que me causó un auténtico sobresalto descubrir que mi madre, precisamente ella, padecía un mal como es el Alzheimer.

El siguiente sobresalto me llegó con los consejos del doctor que me acababa de dar el diagnóstico sobre mi madre, quién, con su mejor intención, me aconsejaba internarla en algún centro, ya que ella vivía sola. Hizo un comentario que me sorprendió: los familiares de los pacientes, precisamente por estar involucrados sentimental y emocionalmente con ellos, tenían muy difícil ese continúo bregar con ellos. Enfatizó que estos enfermos solían destrozar las familias en el proceso de su enfermedad. Toda esta información, aunque muy útil, no alteró mi opinión de que exageraba y mi respuesta fue, quizás, un tanto prepotente, afirmando que no iba a tener demasiados problemas para manejar esta situación. ¡Cuántas veces, con lágrimas amargas, he recordado mis palabras y he pedido perdón al Señor por mi presunción! El Señor me enseñó, con el tiempo y las lágrimas que, si bien es cierto que ser cristiana hace la diferencia, no iba a ser tan sencillo como me lo planteé en un principio, que tenía por delante un largo camino de renuncias.

Yo por aquel entonces tenía un magnífico empleo que me había proporcionado el Señor y al que no estaba dispuesta a renunciar a no ser que Él mismo me lo indicase con toda claridad. Después del diagnóstico del médico de la Seguridad Social y teniendo en cuenta el comentario que hizo sobre la necesidad de internarla, mi hermano y yo estudiamos la conveniencia de una segunda opinión. Fuimos a un especialista que nos recomendó que la dejáramos vivir su vida como hasta entonces, eso sí, vigilándola un poco más. Aquello nos pareció más humano, y decidimos seguir sus consejos. Todo seguía su curso “normal”. Telefoneaba a mi madre un par de veces al día, y los fines de semana, excepto las noches, los pasaba con nosotros. Pero una tarde, preocupada por unos análisis que mostraban una fuerte anemia, me acerqué a su casa y abrí la nevera. Me horrorizó lo que vi. No había casi nada, pero lo que había, estaba podrido. Seguí mirando, ya seriamente preocupada, por armarios y cajones, donde encontré de todo: frascos de mermelada abiertos, paquetes de pan, etc., etc. Había perdido la capacidad de alimentarse. UNA CAPACIDAD PERDIDA. Me sentí muy triste. Después de mucho argumentar y exagerar teatralmente para asustarla, accedió a venir a casa a la hora de comer. Tuvimos una reunión familiar (celebramos “unas cuantas” a lo largo de aquella etapa), y mis hijos estuvieron de acuerdo en ocuparse de que hiciera las comidas con ellos, y acompañarla a su casa después para que se sintiera lo más “libre” posible. Esa fue una de las primeras grandes lecciones que aprendimos: que es esencial que la familia se una y apoye las decisiones que lleven a facilitar la vida del enfermo, aun a costa de sacrificios colectivos e individuales. Luego vendrían muchas más.

En otra ocasión, descubrí algo que me había estado molestando mentalmente y que no acababa de definir. Mi madre, tan razonable ella, ¡ya no razonaba! OTRA CAPACIDAD PERDIDA. Mi tristeza se iba ahondando. Cada día se me hacía más patente mi necesidad de sabiduría y fuerza de parte del Señor para hacer frente a una situación que parecía querer escapárseme de las manos. Algunas personas me comentaban que cuidar a un enfermo así era como volver a tener un bebé en casa. Pero, al contrario que con un bebé, al que ves de semana en semana aprender, a un enfermo de Alzheimer le ves “desaprender” continuamente, lo que conlleva un tremendo sufrimiento. Me convertí en la madre de mi madre, con lo que eso tiene de antinatural. Después, a raíz de un peligroso incidente con unas pastillas, me vi obligada a hablar con ella en tono pretendidamente enojado para que se viniese a vivir con nosotros. Y consintió. Pero aquel fue otro peldaño en su escalera descendente. Ya no podía vivir sola. OTRA CAPACIDAD PERDIDA.

No he mencionado hasta ahora, y debería haberlo hecho desde el principio, que una de las grandes carencias de mi carácter era la paciencia. Ahora, esa carencia se hacía dolorosamente patente. Huelga decir que mi vida de oración se había vuelto muy repetitiva. Se podía considerar obsesiva mi petición al Señor por ánimo y paciencia para tratar a mi madre. Mi amor y admiración hacia ella no habían disminuido, pero se había incorporado un elemento nuevo, desconocido para mí hasta entonces en mi trato con ella. Era un enfado, una irritación profunda contra la enfermedad. Yo luchaba contra la enfermedad, pero la enfermedad estaba en ella. Resultado: ¡yo estaba luchando contra mi madre! ¿Cómo era posible que no fuera capaz de tratar a mi madre como se merecía, con el cariño y la ternura que corresponde una persona en semejante situación?

En cuanto a mi madre, se hacía evidente que cada día era más vulnerable, más dependiente de mí para todo. Tanto era así, que yo casi no tenía tiempo de reaccionar y adaptarme a cada nuevo cambio. Cuando quise venir a ver, ya no hablaba en absoluto. OTRA FACULTAD PERDIDA. Es importante, al menos para mí, que las últimas palabras claras que escuché de sus labios fueron: “¡Gloria a Dios!” en voz baja, como musitando. Lo repitió varias veces. Fue cuando, una mañana , al sacarla al salón a su sillón acostumbrado, miró por la ventana al cielo y dijo aquella frase repetidamente.

Ocurrió que a medida que iba pasando el tiempo y ella iba empeorando, me encontré con que me era muy difícil encontrar personas que quisieran cuidar de ella durante las horas que la familia estaba fuera, con los estudios, trabajos, etc. Incluso para mí era difícil porque, aun sabiendo que era la enfermedad la que hablaba por ella, me resultaba insoportablemente penoso oírle decir que ya no era su hija, que era “su enemiga”, y que lo que yo quería era que se muriera... Nunca fue agresiva en el sentido de pegar ni nada parecido. A lo más que llegó fue a dar algún empujón o manotazo. Pero era maestra en herir con la lengua. El médico me había mencionado que estos enfermos suelen mostrar su peor faceta con la persona con quien tienen más confianza, y que seguramente me iba a tocar a mí “ser la mala de la película”. ¡Y cuánta razón tenía! Empecé a orar. Al día siguiente, al llegar a la oficina, me avisaron de que el Director quería verme. Cuando entré, me dijo que la empresa había decidido cerrar las oficinas de Madrid, y que todos los empleados iban a ser despedidos. Luego, con una gran sonrisa, me dijo: “Pero tú no tienes que preocuparte, porque te he conseguido un empleo con otra empresa importante”. Me quedé pensativa por un instante, y luego le contesté: “No te preocupes, porque ya tengo otro empleo esperándome”. Yo le había dicho al Señor que sólo dejaría aquel empleo si Él me lo quitaba. Acababa de hacerlo, cerrando las oficinas. Había orado por alguien que tuviera la actitud adecuada y el interés necesario para cuidar a mi madre. Dios me había contestado.

Pedía al Señor que me hiciera más sensible y me diera el carácter que necesitaba para darle a mi madre el cariño y cuidados que merecía. Lo que más me entristecía era repetir la misma oración, día tras día, y no ver el resultado. Me decía a mí misma: ¿Qué ocurre? Llegué a tal grado de desesperación que incluso pedí al Señor que me quitara la vida si yo no era capaz de darle a mi madre en sus últimos años de vida lo que merecía. Cuando alcancé aquella posición delante de Dios, El tuvo misericordia, no sé si más de mí que de mi madre; ciertamente de las dos. Lo cierto es que un día, estando en oración, por fin me di cuenta de dónde radicaba el problema. La situación era tan imposible para mí, que no creía que Dios me concediera lo que le estaba pidiendo. ¡Había estado clamando por ayuda sin creer que esa ayuda fuera posible! Tenía que creer que Él podía eliminar los obstáculos que impedían mi avance hacia la vida de descanso y confianza prometidos en Su Palabra. Después de pedir perdón por mi incredulidad, le dije al Señor que, desde aquel momento en adelante, iba a recibir y disfrutar la bendición que Él ya me había dado, seguramente al principio de mis oraciones, pero que yo no había sabido aprovechar. Vivir por fe cobró, desde entonces, una dimensión nueva en mi vida. Empecé a recibir la sabiduría que había pedido para tratarla; descubrí un sentimiento de ternura que me era totalmente desconocido y que me permitió disfrutar de la compañía de una persona que no podía comunicarse conmigo. ¡Qué precioso! Parecía que por cada capacidad que mi madre había perdido, yo iba ganando otras. Tiempo después, leí un libro que explicaba que aquella irritación, la rebeldía y los espantosos sentimientos eran pasos de un proceso común en todos los cuidadores de estos enfermos. Fue un consuelo saber que no era yo la única que había sentido todo aquello que me había hecho odiosa a mí misma.

Relataré ahora otra de las maneras en que el Señor me bendijo a raíz de toda esta situación. Cuando, por las mañanas, todos salían a sus quehaceres y yo me quedaba a solas con mi madre, después de asearla y colocarla en su sitio “favorito” y como ella no me podía distraer con su charla, descubrí un momento maravilloso, sin prisas, durante el cual el Señor y yo nos comunicábamos como nunca antes lo había hecho.

Poco a poco iba entreviendo que había más de un propósito de Dios en toda esta situación. Estaba la familia, el testimonio, y estábamos todos nosotros aprendiendo a vivir confiando en Dios y dependiendo de Él día a día. Mi paciencia estaba siendo ejercitada y tenía una vida satisfecha. La Marta de antes era absolutamente incapaz de sentir y actuar como ahora lo hacía. Agradecía al Señor, y le daba gloria porque Él era el autor de todo este cambio.

Cuando ahora vuelvo la vista atrás, soy consciente de las muchas bendiciones recibidas durante aquel período, lecciones preciosas que, no solo me facilitaron la existencia entonces, sino que aún hoy son aplicables muy a menudo. El dolor de ver el deterioro continuado de mi madre no me abandonó nunca mientras vivió. El médico me comentó que estos enfermos solían vivir entre 5 y 7 años después de manifestarse la enfermedad, pero mi madre vivió más de 13 años con ella. Yo apenas podía moverla sola, la mayor parte del día no había nadie a quien recurrir y había que asearla, vestirla, moverla, cambiarla de posición, levantarla y acostarla en la cama. Por eso, la doctora me suministraba toda clase de material que me pudiera facilitar el trabajo, envió una enfermera a casa para que me enseñara a curarle las escaras que ya por aquel entonces eran nuestro azote, me facilitó jeringuillas para alimentarla cuando se “olvidó” de tragar la comida. No fue fácil, pero no por lo que se refiere a lo físico. Los inconvenientes físicos eran todos solucionables. Lo difícil era el dolor emocional de ver desaparecer poco a poco a la persona que yo aún recordaba y que no se parecía gran cosa a lo que quedaba de ella. Lo que se veía era una ancianita de pelo muy blanco, un poco encorvada (estaba a punto de cumplir 82 años), incapaz de conocernos, de moverse, de hablar, de comer, de valerse por sí misma. Lo único que no cambió en ella fue la expresión inteligente de sus ojitos claros y su leve sonrisa, mostrando que estaba en paz con el mundo, y sobre todo, con Dios.

No estaría compartiendo estas experiencias aquí si no quisiera ser absolutamente sincera. Mi propósito es que, aunque yo no quede en muy buen lugar al desvelar mis luchas y sentimientos, sí deseo que quede claro aquel principio que navegaba por mi mente cuando supe de las complejidades que la enfermedad entrañaba: que para un cristiano, estas situaciones se pueden vivir en victoria, y no como las viven “los que no tienen esperanza”.

Nunca pasó por mi mente pedirle al Señor que se llevara a mi madre con El. A partir del momento en que renuncié a mi autosuficiencia y acepté la ayuda que Dios me había estado brindando, tuve cada vez más intensamente el convencimiento de que era necesario que yo viviera aquella situación, y me dispuse a sacarle el mayor provecho posible. Daba gracias a Dios por el privilegio que me estaba dando de cuidar a mi madre en esa dura etapa de su vida. Un día, su respiración se hizo fatigosa, se negó a ingerir alimento, y decayó visiblemente. La doctora me dijo que su corazón estaba fallando. Aquella noche sí le pedí al Señor que tuviera misericordia de ella, que no la dejara sufrir más y se la llevara. Su respiración era tan fatigosa que sentía la necesidad de respirar por ella mientras la contemplaba. La noche se me hizo larga. El día siguiente, a mediodía, el Señor se la llevó.

Durante semanas me pareció verla sentada en su sillón, o en su cama. Aún hablaba con ella de vez en cuando; acostumbrada como estaba a que no me respondiera, apenas notaba la diferencia de que ya no estaba físicamente conmigo. En esos momentos, cuando las lágrimas pugnaban por asomar, me venía a la mente el pensamiento de cómo estaría ahora. En la presencia de su Señor, con su mente totalmente lúcida, gozándose y haciendo otra cosa que le gustaba mucho, cantar, y con la certeza de que el Señor le había concedido algo muy especial: seguir enseñando a su torpe hija, incluso durante los peores días de su oscuridad mental... Fue una madre útil hasta el último día de su vida en la tierra.

Deuteronomio 5:16

Por Marta Arenzana Ibán

viernes, 7 de mayo de 2010

"NO TE DETENGAS" poema de Walt Whitman



No dejes que termine el día sin haber crecido un poco,
sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños.
No te dejes vencer por el desaliento.
No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte,
que es casi un deber.
No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario.
No dejes de creer que las palabras y las poesías
sí pueden cambiar el mundo.

Pase lo que pase nuestra esencia está intacta.
Somos seres llenos de pasión.
La vida es desierto y oasis.
Nos derriba, nos lastima,
nos enseña,
nos convierte en protagonistas
de nuestra propia historia.

Aunque el viento sople en contra,
la poderosa obra continúa:
Tu puedes aportar una estrofa.
No dejes nunca de soñar,
porque en sueños es libre el hombre.
No caigas en el peor de los errores:
el silencio.
La mayoría vive en un silencio espantoso.
No te resignes.
Huye.

"Emito mis alaridos por los techos de este mundo",
dice el poeta.
Valora la belleza de las cosas simples.
Se puede hacer bella poesía sobre pequeñas cosas,
pero no podemos remar en contra de nosotros mismos.
Eso transforma la vida en un infierno.
Disfruta del pánico que te provoca
tener la vida por delante.
Vívela intensamente,
sin mediocridad.

Piensa que en ti está el futuro
y encara la tarea con orgullo y sin miedo.
Aprende de quienes puedan enseñarte.
Las experiencias de quienes nos precedieron
de nuestros "poetas muertos",
te ayudan a caminar por la vida
La sociedad de hoy somos nosotros:
Los "poetas vivos".
No permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas ...

Versión de: Leandro Wolfson

lunes, 26 de abril de 2010

sábado, 10 de abril de 2010

BIENAVENTURANZAS DE LOS AMIGOS


DICHOSOS:
Los que ponen su alegría en alegrar a otros, porque ellos experimentarán la alegría de Dios
Los que se hacen dignos de que sus amigos les confíen sus secretos, porque de ellos es el reino de los corazones
Los que alaban, los que colaboran, los que dan, los que entregan, porque con la misma medida que midieren serán medidos.
Los que hacen favores a sus amigos, aún ahorrándoles la molestia de pedirlos; porque ellos conocerán que el gozo de dar es mayor que el de recibir.
Los que siguen amando a sus amigos cuando los ven caídos en desgracia, más aún los que aportan su dinero, su tiempo y su bondad para que no caigan, porque ellos serán levantados en sus días.
Los que aman a Jesucristo que amó incluso a los desconocidos, a los ingratos, a los molestos, porque ellos cumplen el mandato nuevo del Amor
Los que tienen hambre y sed de amor como quiere Cristo, porque ellos serán saciados con la amistad de la familia de Dios.
Los que aman con corazón limpio, porque ellos verán a Dios.

BIENAVENTURADO SEAS SI TIENES A JESÚS COMO AMIGO

jueves, 11 de marzo de 2010

EL SÍNDROME NABUCODONOSOR




“El orgullo y la locura van de la mano”

Cuando la soberbia y el orgullo, llegan a un límite máximo, puede pasar lo que sucedió a Nabucodonosor, vamos a leerlo en la Palabra.

Daniel 4:29-37
“A cabo de doce meses, paseando en el palacio real de Babilonia,
habló el rey y dijo: ¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?
Aún estaba la palabra en la boca del rey, cuando vino una voz del cielo: A ti se te dice, rey Nabucodonosor: El reino ha sido quitado de ti;
y de entre los hombres te arrojarán, y con las bestias del campo será tu habitación, y como a los bueyes te apacentarán; y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que reconozcas que el Altísimo tiene el dominio en el reino de los hombres, y lo da a quien él quiere.
En la misma hora se cumplió la palabra sobre Nabucodonosor, y fue echado de entre los hombres; y comía hierba como los bueyes, y su cuerpo se mojaba con el rocío del cielo, hasta que su pelo creció como plumas de águila, y sus uñas como las de las aves.
Mas al fin del tiempo yo Nabucodonosor alcé mis ojos al cielo, y mi razón me fue devuelta; y bendije al Altísimo, y alabé y glorifiqué al que vive para siempre, cuyo dominio es sempiterno, y su reino por todas las edades.
Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?
En el mismo tiempo mi razón me fue devuelta, y la majestad de mi reino, mi dignidad y mi grandeza volvieron a mí, y mis gobernadores y mis consejeros me buscaron; y fui restablecido en mi reino, y mayor grandeza me fue añadida.
Ahora yo Nabucodonosor alabo, engrandezco y glorifico al Rey del cielo, porque todas sus obras son verdaderas, y sus caminos justos; y él puede humillar a los que andan con soberbia”

No creamos que sólo Nabucodonosor fue tentado a ser soberbio y orgulloso, el enemigo es muy astuto y sabe como tentarnos a cada cual. Todos tenemos nuestro “reino” particular y “nuestras parcelas” que creemos que la hemos conseguido con nuestra fuerza y poder.

Satanás sutilmente trabaja en nuestras mentes y nos convence como al rey de Babilonia de que somos autosuficientes. Tergiversa los valores auténticos que Dios nos da. Nos engaña atractivamente cuando somos débiles espiritualmente.

Solo la Palabra nos mantiene en equilibrio y nos hace ver la realidad de que no tenemos nada que no nos lo haya dado Dios y si es así no podemos jactarnos, porque no hay merito en nosotros.

1ª Corintios 4:7 “Porque ¿Quién se distingue? ¿O que tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿Por qué te gloría como si no lo hubieras recibido?


Nabucodonosor lo tuvo todo, pero en realidad no tenía nada, sólo cuando como el hijo pródigo “volvió en si” fue cuando llegó a ser alguien, cuando miró al cielo y bendijo a Dios, lo alabó y lo glorificó, llegó de vuelta su dignidad, aún con más grandeza.

El ejemplo debe advertirnos de no querer como él:

Poder, Dominio y Gloria que solo le pertenece al Dios Soberano.

Cuando tengamos esta tentación debemos hacer nuestro el texto de 1ª Corintios 10:5 y llevar cautivo todos nuestros pensamientos a Cristo.

De alguna manera a veces nos vemos pensando que somos muy listos y que hemos logrado todo lo que tenemos en nuestra fuerza y poder y que somos dignos de admiración. A veces incluso mirando por encima de los hombros a nuestros hermanos y con la gran estupidez de compararnos a ellos y sentirnos superiores, cosa contraria a lo que la Palabra enseña en Filipenses 2:3-5 “Nada hagáis por contienda o vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a sí mismo, no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús….” Porque no hay nadie que veamos menos que nosotros si tenemos la mente del Señor.

1ª Corintios 1:19-29, Nos dice Dios que no seamos necios en su presencia creyéndonos muy sabios, porque en realidad Él nos escogió de lo necio, débil y vil del mundo, precisamente para que no nos jactemos de nada. ¡Qué sabio es el Señor! ¡Y como nos conoce!

Y el 3:18 dice “Nadie se engañe; si alguno entre vosotros se cree sabio en este siglo, hágase ignorante, para que llegue a ser sabio”.

Cuando tenemos claro que no somos nadie, no nos dejaremos tentar por la vanidad y la soberbia.

Que Dios nos bendiga y nos haga recordar las palabras del mismo Jesús:

“Aprended de mi que soy manso y humilde y hallareis descanso para vuestra alma”

Esa es la clave y la lección, meditemos en ella.

Encarni Sánchez

martes, 16 de febrero de 2010

CONFLICTO GENERACIONAL


Un médico de familia inglés, Ronald Gibson, comenzó una conferencia sobre conflicto generacional con las cuatro frases siguientes:

1) "A nuestra juventud le gusta el lujo y es mal educada; no hace caso a las autoridades y no tiene el menor respeto por los de mayor edad. Nuestros hijos son hoy unos verdaderos tiranos: no se ponen de pie cuando entra una persona anciana, responden a sus padres... Son, simplemente, malos."

2) "No tengo ninguna esperanza en el futuro de nuestro país, cuando la juventud de hoy tome mañana el poder; porque esa juventud es insoportable, desenfrenada, simplemente horrible."

3) "Nuestro mundo ha llegado a un punto crítico. Los hijos ya no escuchan a sus padres. El fin del mundo no puede estar muy lejos."

4) "Esta juventud esta malograda hasta el fondo del corazón. Los jóvenes son malhechores y ociosos. Jamás serán como la juventud de antaño. La juventud de hoy no será capaz de mantener nuestra cultura."

Después de enunciar las cuatro citas, el doctor Gibson guardó un corto silencio mientras observaba como gran parte de la concurrencia aprobaba cada una de las frases. Aguardó unos instantes a que se acallaran los murmullos de la gente y entonces reveló sus fuentes:

- La primera frase es de Sócrates (470 - 399 a .C.);
- La segunda es de Hesíodo (720 a .C.);
- La tercera es de un sacerdote anónimo (2.000 a .C.);
- Y la cuarta estaba escrita en un vaso de arcilla descubierto en las ruinas de Babilonia (actual Bagdad) y con más de 4.000 años de edad.

Después, ante la perplejidad de los asistentes, concluyó:
Así que, padres de familia, RELÁJENSE. LAS COSAS SIEMPRE HAN SIDO ASÍ.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Alejandro Magno


Encontrándose al borde de la muerte, Alejandro Magno convocó a sus generales y les comunicó sus tres últimos deseos:
1. Que su ataúd fuese llevado en hombros y transportado por los mejores médicos de la época.
2. Que los tesoros que había conquistado (oro, plata, piedras preciosas), fueran esparcidos por el camino hasta su tumba, y...
3. Que sus manos quedaran balanceándose en el aire, fuera del ataúd, y a la vista de todos.

Uno de los generales, asombrado por tan insólitos deseos, le preguntó a Alejandro cuáles eran sus razones. Alejando le explicó:
• Quiero que los más eminentes médicos carguen mi ataúd para así mostrar que ellos NO tienen, ante la muerte, el poder de curar.
• Quiero que el suelo sea cubierto por mis tesoros para que todos puedan ver que los bienes materiales aquí conquistados, aquí permanecen y permanecerán.
• Quiero que mis manos se balanceen al viento para que las personas puedan ver que vinimos con las manos vacías y con las manos vacías partimos, cuando se nos termina el más valioso tesoro que es el tiempo.

miércoles, 3 de febrero de 2010

MANO PROTECTORA

“EN LAS MANOS DE DIOS”

¿Quién no se ha sentido como este gorrioncillo…débil, herido, desnudo, desprotegido ante los problemas de la vida?

Me consuela saber que mi vida no está olvidada de la mano protectora de Dios, como dice Jesús:

¿No se venden cinco pajarillos por dos cuartos? Con todo, ni uno de ellos está olvidado delante de Dios, pues aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados.

No temáis, pues; más valéis vosotros que muchos pajarillos.

(Lucas 12:5-7- La Biblia)

Eliseo Gutiérrez

http:/postalesdeloalto.blogspot.com