sábado, 18 de julio de 2009




Partiré.
Y llegada la hora de mi marcha, ¿será una nube densa y solitaria que oculte mi destino o será el refulgente sol del mediodía que ilumine mi esperanza?
Andaré por oscuros vericuetos sin saber donde hallaré el final, pero mientras tanto cantaré a la paz y a la guerra de todos mis días.
Cantaré a las ofensas y a las caricias, a los gozos y a los desengaños, a los vítores y a los fracasos, a las humillaciones y a los arrebatos, a las dulces palabras y a los hoscos agravios.
Cantaré al agua y al pan que me sustentan, al hogar que me cobija y a la yacija en que yazgo, a mi errático vagar por las ideas, a mis hirientes dudas y a mis ciegos quebrantos.
Cantaré a los pueblos de mi patria y a sus sufridoras gentes, al edil que me acosa y al infame beato, al vecino irritante y al mendigo hechizado.
Me cantaré a mí mismo, inteligente, culto, agraciado, y a la perfección del mundo que me rodea y a la gloria de un ser inacabado.
Y acaso algún día pronto o lejano, mientras canto, se echará la noche y se apagará mi voz.
Pero un rayo de eternidad disipará las tinieblas y en mi alma se hará la luz. ¡Junto a él descansaré en verdes pastos y beberé frescas aguas, porque el Señor es mi pastor y nada me habrá faltado!

Pedro M. Borrego
Escritor.

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