Las jóvenes isleñas
recogen lilas y violetas
al atardecer.
Cantan,
el ritmo caribeño
de sus canciones
acompañando
a la tibia brisa
que trae el mar lejano.
A lo lejos,
las ondulaciones del terreno
muestran el dorado
fulgor del sol
que se va apagando lentamente.
Los amplios sombreros
cubren
sus bellos rostros morenos.
Cantan
cantan un son
que se apodera del lugar.
Ahora son felices
entre las perfumadas flores.
Ahora son felices
porque son libres.
Ya no tienen un amo,
la esclavitud que sufrieron
es como un sueño remoto y doloroso.
La vida se va tornando
dulce y festiva.
Los aromas
invaden sus almas
y permiten la ilusión
de un futuro perfecto.
Ana Rey
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